Músico calle guitarra flamenco

Un día cualquiera

Huelva. 2020

Un día cualquiera puede ser un día especial. De hecho, al menos para mí, la mayoría de las veces lo es.

Apenas empiezo a tocar por alegrías, aparece el Pecas (cantaor onubense) con su cara de pillo haciendo compás y sonriendo con ojos de niño; se para, e inmediatamente un hombre mayor, con sombrero y mascarilla calada, se arranca por alegrías mientras me viene al encuentro. Varias personas más se detienen, y las palmas al unísono por alegrías se alían con la voz y la sonanta, y envuelven el aire fresco y extraño de la mañana. El Pecas canta por último.

De improviso, se materializa un hombre con su perro, acicalado horteramente de cintura para arriba cual estrella de circo perruna. Imitándose a sí mismo en anteriores encuentros, me pide la guitarra. No se la dejo. No es el momento. Y de la misma forma en que llega se evapora, pero varios cientos de paseantes más tarde reitera su presencia y su demanda, y esta vez no me puedo negar. Mientras toca por seguiriyas, me entretengo en escuchar a un transeúnte que pregona que su hijo me conoce.

Tocando por soleá se acerca Pedro, con pelo de algodón y cara alargada, uno de los nombres que recuerdo de los hombres que se paran de vez en cuando a darme conversación, y me dice que le de la entrada. Dos tercios, bien llevados, sin remate. El último lo hace mientras se aleja a cámara lenta y me mira con ojos satisfechos.

Guitarra flamenco calle

Existe un carro de supermercado lleno de diferentes enseres y viandas, viejas, rotas e inservibles, pero que colaboran con el material metálico del que está hecho el carro para imprimir un ruido de tormenta inminente allí por donde transita. Lo impulsa un hombre desbarajustado, atemporal, que se halla en posesión de un transistor colorado que cuelga de su cintura. Deambula por su camino, sin meta. La música que nace del amplificador a mi lado lo saca de su mundo, y observa hechizado el cesto lleno de relucientes pedazos redondos de metal. Lo hipnotiza la orgía de monedas. Un propósito nace espontáneamente en su cabeza, y sus ojos adquieren un brillo especial. Se acerca descaradamente a mi ser, sin pudor, a una distancia muy poco aconsejable en época normal, menos aconsejable aún en época del Virus. Intento seguir tocando como si nada. Le da volumen a su radio y me exige 1 €. Me niego gestualmente. Se gira, retrocede, y en un movimiento de relámpago dobla la espalda como un contorsionista a la misma vez que alarga el brazo, y sus dedos, largos, nervudos y ennegrecidos, seleccionan sin estrés 1 € ganador del puñado de monedas. Dejo de tocar. Agarra su carro. Me alzo. Empuja sus chatarras (o quizás ellas lo empujen a él), poniendo banda sonora al momento. Se fuga suavemente, sin prisas. De pie y con guitarra en mano intento alegar algo, pero no puedo. Paso de un leve estado de enfado a otro de curiosidad y singularidad. Y mientras observo como se aleja, inexplicablemente me siento dichoso.

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